El desarrollo biotecnológico en Argentina
El economista Roberto Bisang, investigador y docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), se refirió en Noavestruz al desarrollo de la biotecnológica y a los avances de esta industria en nuestro país.
El gran desarrollo de la Argentina en materia biotecnológica, ha sido en estos últimos años de gran importancia para diferentes industrias, que se han beneficiado con las investigaciones que optimizaron su producción y rendimiento.
Roberto Bisang, especialista de la UNGS y autor del libro “Biotecnología y desarrollo. Un modelo para armar en la Argentina”, destacó en Noavestruz la importancia de la biotecnología en nuestro país y el papel de las pymes en el desarrollo de esta novedosa industria.
¿Por qué es importante la biotecnología y por qué hay gente tan entusiasmada con esta disciplina?
La biotecnología es una “industria de industrias”. Hace cincuenta años atrás, todo el mundo consideraba como base a la industria pesada. En el siglo XXI, se está pensando en las industrias de conocimiento intensivo y una de ellas es la biotecnología, que tiene una fenomenal capacidad de multiplicar sobre otras industrias.
El caso de la soja es un ejemplo muy claro en la Argentina. Un evento de una semilla resistente a un herbicida, que ha permitido prácticamente dar una sustentabilidad macro a una economía que venía tambaleando. Para resumirlo metafóricamente, es como “la levadura y el pan”, se trata de la capacidad de “levar” sobre otras industrias.
Se dice que el pan es el producto biotecnológico más antiguo, ¿no es así?
Exacto, posiblemente esté compitiendo con la cerveza. Pero estas son técnicas biotecnológicas naturales. En cambio, nosotros hablamos de modificar “ingenierilmente” todos estos procesos que naturalmente se llevan a cabo. Esto lleva a expresiones que son comunes en el ámbito de los biotecnólogos tales como “fabricar semillas”, “diseñar animales” o “diseñar plantas” para obtener determinadas moléculas que permitan, por ejemplo, reemplazar plásticos.
¿Cuál es el panorama de las pymes biotecnológicas en el país?
En Argentina, según nuestros cálculos, debe haber como mínimo unas 85 empresas que se dedican a producir biotecnología. Y hay muchas más que sólo la utilizan. Posiblemente haya más de 85, de las cuales cinco o seis son grandes y el resto son empresas de menos de quince años que han surgido en la Argentina en los últimos 15 años. Estas empresas tienen un trabajo de hormiga sumamente interesante en términos de cómo han ido creciendo y desarrollándose. De todas maneras, me parece que lo mejor está por verse.
¿Cómo han venido desarrollándose? ¿Sustituyendo importaciones y exportando?
Exactamente, hablamos de desprendimiento de algunos laboratorios privados y de algunos investigadores del sector público que se pasaron al rol de emprendedores con dos o tres productos en cada caso en particular, armando sus pequeños negocios.
Cuando vino el cambio de precios relativos, todo aquello que era importado se encareció notablemente. Entonces las empresas alimenticias, por ejemplo las lácteas, que habitualmente estaban importando fermentos del exterior e incluso cuyas matrices están fuera del país, están produciendo en reemplazo de ese tipo de importación. Ahora hay capacidad técnica para hacerlo localmente, hay demanda y el mercado tracciona bien.
¿En qué áreas están trabajando estas pymes?
En biotecnología la cosa es muy horizontal. Hay ejemplos en todo lo relacionado con el mundo de las semillas, por ejemplo trazadores moleculares, plantines y micro propagación de determinados cultivos como tabaco o papa.
Las empresas están en el mundo de los medicamentos y de los reactivos químicos. Hablando de grandes empresas, también están pisando muy fuerte en el ámbito de las vacunas. Pero en general, hablamos de empresas que tienen algunos rangos muy distintivos. Ninguna de ellas está bajando en gastos de investigación y desarrollo sobre venta, del 20% o 25% porque son empresas chicas. Son diez o quince personas, pero finalmente los profesionales representan tres cuartos del total del personal. Y si se analizan los montos de ventas respecto al gasto de investigación y desarrollo, ellos afirman “si no investigamos, no podemos vivir, lo nuestro es investigar constantemente porque lo que vendemos es fruto de la investigación.”
De aquí viene lo de “industria de industrias” y la idea de “la levadura y el pan”.
Muchos de los que asignan gran futuro a la biotecnología argentina hablan de muy buenos niveles de bioseguridad en el país, ¿está de acuerdo?
Yo coincido con esa apreciación en rasgos generales. La Argentina llegó con esta historia de la soja transgénica mucho antes, porque viejos trabajos de mediados de los ´80 ya hablaban de los microplantines de papa, por ejemplo. La realidad es que hace veinticinco años atrás parecía un sueño. En simultáneo con eso hubo una masa crítica científica interesante y empezaron a aparecer a principios de los ´90 las primeras preocupaciones por regular esto adecuadamente.
Argentina junto con otros países -que son pocos-, tiene una comisión nacional de biotecnología agrícola que hace 13 o 14 años está trabajando fuertemente. Eso implica tener masa crítica y cierto cuidado que es necesario en este tipo de manipulaciones de material biológico.
¿A eso apuntamos cuando hablamos de bioseguridad?
Exactamente, esa es la base. Además hay que sumarle que Argentina, con su historia evolutiva en el mundo de la biología y de la química, ha generado una masa crítica, mínima pero consistente. Milstein no es una casualidad, es el emergente de un conjunto de personas que trabajaron en esa dirección. Y 20 o 30 años después lo que uno encuentra es gente que sabe del tema, tanto para producir e investigar, como para armar un marco regulatorio.
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